viernes, 3 de diciembre de 2010




Esta historia fue escrita en la hoja número 70 de una cuadernola marca Matra de 100 hojas


Salió de su casa pensando en el más adecuado.
Enseguida priorizó la urgencia de encontrar algo cerca.
Salón “El payasín”. Benito Blanco y Scosería.
Allí pensó estaba reposando el próximo confidente de sus andanzas, pensamientos, alegrías, tristezas, creaciones y toda una millonada de palabras que derivan en un eclipse emocional.

La puerta se abrió. Detrás del mostrador una mujer de apróximadamente cuarenta años. Pelo oscuro y erizado. Ojos rasgados. Sonrisa oculta. Polera verde con pelotitas de esas que denotan uso, o descuido.
Debajo llevaba puesto el mostrador, con una gran cantidad de boludeces que se colocan en las vidrieras de un kiosco, sobre todo aquéllos que se hacen llamar “Regalerías”. Agendas de todo tipo y color. Lapicera para niño, adolescente, adulto. Cartucheras. Necessaires. Gomitas de pelo. No importa.

Una mujer adentro de un kiosco, detrás de un mostrador, que ve a una chica cualquiera y debe atenderla.

Chica cualquiera. Eso sería lo ideal y con certeza lo que piensa al ver a una jovencita rubia, pelo lacio, vaquero oscuro, polera sin pelotitas y championes. No así cuando entra un señor mayor, de los que tarda en llegar al mostrador, si se acuerda lo que está buscando no ve nada de lo que le muestran, y si se decide por algo es imposible hacerlo callar, y luego que encuentre su dinero en el bolsillo del pantalón beige bien cavadito a la cintura. En fin. Otro cantar para la muchacha.

¿70 hojas? ¿100 hojas? ¿Tapa dura? ¿Tapa blanda? ¿Cuaderno? ¿Cuadernola? ¿Block de hojas? ¿Block de apuntes? Ella sabía que debía irse con hojas, lo que no tenía claro era el formato.

- Tengo Papiros, Matra, Tabaré, Arte...
- A ver las Arte...
- Tiene hojas cuadriculadas
- ¡Ah no! Si hay algo que sé que no quiero es arte cuadriculado. - risas de la chica de polera sin pelotitas. Seriedad de la otra.
- Tenés los otros sino que son todos rayados
- Eso creo que puede andar más con mi perfil. ¿Me mostrás las Matra?
- Están buenas. Son las más baratas
- ¿Cuánto salen?
- 27 la de 70 hojas y 32 la de 100
- Osea que 30 hojas de la de 100 valen 5 pesos. ¿Decís que esas últimas treinta vendrán cargadas con falta de inspiración?
- ¿Cómo?
- Claro. El que mucho abarca poco aprieta. O, lo barato sale caro. Si entre 70 y 100 hay una diferencia de 5 pesos no puede ser casualidad
- Es preferible que sobre a que falte
- Mmm... ¡No siempre es tan así! Esa poca diferencia de precio me hace pensar que todo lo que escriba de la página 70 en adelante no va a tener sentido
- ¿Por qué te parece?
- Porque no creo en las casualidades. Ese precio me está dando un mensaje y esta vez quiero tomar una buena decisión.
- ¿Llevás alguno? - comenzó la impaciencia de toda kioskera.
- Faaa...no sé cuál. ¿Block de notas tenés?
- Tengo estos. Son hojas blancas.
- Uh... ¡Eso puede andar bien! El cuadriculado seguro que no. Las rayadas ya hablamos el temita de los precios y aparte con ese adjetivo que le estamos poniendo me da un poco de miedo escribir desde ese lugar de “rayada”.
La hoja blanca es lo ideal. Es una clara representación en papel de lo que pasa por mi cabeza al momento de enfrentar la creación. Blanco. Luego empiezan a aparecer las rayas.
Estoy en blanco. Ella también. Las dos luchamos contra lo mismo.
- ¿La llevás entonces?
- Si, claro. Nunca estuve tan segura en una compra. Jamás pensé que un simple block se iba a parecer tanto a mí
- ¿Cuál llevás?
- ¿Cuál es el más barato?
- Este. Sale 28 pesos
- ¿Y cuántas hojas tiene?
- 100
- ¿Viste? Sin lugar a dudas el rayado, de 32 pesos y 100 hojas me iba a traer serios problemas de inspiración
- ¿Llevás éste entonces?
- Si, lo llevo
- Perfecto! Son 28 pesos entonces
- A ver pará que busco. Acá mirá...¡Tengo justo!
- Buenísimo. ¡Que lo disfrutes!
- Ah...una pregunta, a ver si tenés...
- ¿Lapiceras?
- No, ¿papel blanco para envolverlo para regalo?
- ¿No es para vos?
- Si, claro, por eso mismo.