La dirección exacta donde me encontré con este mundo. Y otros tantos.
Entre Pouey y Prudencio de Pena. Desde el año 1 hasta el 21.
Cuando paso por la puerta o cerquita nomás, naturalmente suspiro. Y después trago saliva. A veces lloro.
Hermano/hermana, Amigo /Amiga, /Guarda, Conductor / Señor, Señora: El lugar donde uno pasó la infancia, se crió y empezó a ser una personita dentro de este sistema es tan esclarecedor de nuestras emociones. Tanto tanto que cuesta imaginarloç Los invito a pasar por las puertas de sus casas de la infancia. Y que pase. Que pase lo que tenga que pasar.
Cuando paso por la puerta o cerquita nomás, naturalmente suspiro. Y después trago saliva. A veces lloro.
Hermano/hermana, Amigo /Amiga, /Guarda, Conductor / Señor, Señora: El lugar donde uno pasó la infancia, se crió y empezó a ser una personita dentro de este sistema es tan esclarecedor de nuestras emociones. Tanto tanto que cuesta imaginarloç Los invito a pasar por las puertas de sus casas de la infancia. Y que pase. Que pase lo que tenga que pasar.
Vuelvo. Simón Bolivar 1521.
Cuando entrabas, un living de paredes blancas,
techos altos, muy amplio de espacio. Una estufita de
leña, de esas que casi nunca se prende, dos, tres veces al año como mucho.
Cuadros entre grises, marrones, todos encerraditos en sus marcos. Pasando como un alerito un comedor de
esos de Disney, de Princesas y Reinas. Nunca se usaba. Al pasar una
puertita-marco de madera te sumergías en el estar.
Como “estar” en otra casa. Colonial, madera, cuadritos
chiquitos con colores, muy campestre, una estufa de leña que si que se prendía y
cuan mucho, y qué lindo, y y y y y y arreee! Allí donde uno se calentaba la colita, las manitas, pelvis. Fuego.
Un ventanal enorme de vidrio, que no era tan solo una ventana, también era puerta,
que daba a un patio de ensueño, con tres pisos (si, tres pisos), todo con
baldosa y a sus costados un arsenal de plantas hermosas que cuidaba el
jardinero de mi familia: Mi papá.
¿Viste eso de que uno no valora lo que tiene hasta que lo
pierde? Bueno, eso. Está sucediendo. O aquello de que buscamos la felicidad, y
cuando miramos para atrás un poquito nos damos cuenta que fuimos felices sin
darnos cuentas. ¿Qué coños? Me río. Lloro. Me río. Lloro. Y así. Ahora me estoy riendo.
Bueno, el jardín. Al fondo tenía un parrillero con una mesa
redonda que entrarían unas 15 personas sentaditas cada una en una silla sin
chocar el bracito del compañero (muy cómodos) y sirviéndose comida del
centro de mesa que giraba. Si. Giraba. De madera era. Entraban bastantes
platos, como para que uno tenga una variedad amplia para elegir.
El parrillero. Lo voy a decir denuevo, y lo voy a escribir con mayúsculas. EL PARRILLERO.
Estaba entre plantas de diversos colores y
tamaños. ¿El dueño? Mi padre. Y con mucho entusiasmo. El se llevaba su equipito
de música (estilos diversos escuchaba, y escucha) y con ese entorno amigo entonaba la magia del asador. Su día estrella: 31 de diciembre.
Ese día mágico. La cantidad de comensales de ese buen hombre que andaban olfateando como perros alrededor
de su magia. Servía, preguntaba por el sabor, se regocijaba ante los halagos de los perros salvajes que le devolvían el encanto con rabos moviendose de izquierda a derecha, de derecha a izquierda (me gustan mucho los perros).
Sigo el recorrido.
La cocina, también colonial. Llenita de madera y algunos
azulejos azules (azulejos azules, qué qué?) La alacena de ese lugar era mi
perdición. El tema era conseguir las llaves de ese tesoro donde se escondían
galletitas, chocolates, todas porquerías que a nosotros los niños nos gusta comer. (Si. Nosotros. Los niños).
412414. Caja Notarial.
El interno de la oficina de mi vieja fue variando, pero ahí la llamaba todas las benditas tardes
para preguntarle qué había para merendar, sabiendo (claro) que toda la magia
estaba en la alacena bendecida por todos los Dioses del Niño. Creo en algún momento llegué a poseer las llaves de ese tesoro. Las perdí. Alguien que me las devuelva por favor. Gracias! Me sigo riendo. Es muy lindo escribir sobre esta casa.
Sigo con el recorrido.
Entonces de momento pasamos por el living, el comedor, el
estar, el patio con parrillero, la cocina (y su alacena).
Del piso de abajo me
falta el sótano, pero me voy a permitir dejarlo hasta el final.
Cuando entrabas, estaba el living y todos los cuadros y eso.
Bueno, a la izquierda había una escalera, que daba al segundo piso. De
mármol, granito amarillento con colores rojos y marrones, tenía una baranda
para sostenerse con las manos si ibas medio como que necesitando ayuda para subir, pero que si subías tipo caballito te llevaba sin
escalas y gozando hasta el primer piso. Amor por esa baranda. Amor por la infancia y la plenitud de nuestro cuerpo. No es joda. Es hora de bajar por las barandas de las escaleras como niños.
Cuestión que la escalera daba un giro en un momento y
estabas en el segundo piso, el de los cuartos. EL PISO DE LOS CUARTOS DE
MIEMBRO DE LA FAMILIA.(Oooohhhh!)
A la derecha, el cuarto de Patty (que supo ser el cuarto de
juegos, donde manché toda su alfombra revolviendo en una caja de zapatos
remedios de mi madre, pero ahora no importa). Al centro el cuarto de Lucía. Y a
la izquierda el cuarto de la Petty. Recuerdo el poster de Beverly Hills en el
cuarto de la derecha, el de Beavis & Butthead en el mío personal, mostrando
el culo con descaro (regalo de mis padres, si Señor!) y la Petty que supo amar
a las Azúcar Moreno y llevarlas en su placard, cosa que cada vez que se fuera a
vestir acordarse que “Solo se vive una vez” y ”Apaga el televisor”. ¡Qué linda
la infancia! No me canso de decirlo.
Enseguidita del cuarto de Petty estaba el baño. Allí donde
se filmó el final del primer
cortometraje en grupo de mi hermana Silvana, donde una chica drogadicta tiraba
su último gramo de cocaína al water, decidiéndose por vivir una vida sana y despegada
de los vicios. Si mi memoria no me falla el cortometraje se llamaba “No estamos
solos” . Corría el año (si la memoria no me falla), 1998. VHS. Edición manual. Todo
ese chucu que nos hemos olvidado. También corría Hugo (un ser de la biblioteca
de nuestro colegio, que era como Superman, o quizás mucho mejor) que te editaba
todo el cuestión, sin peros ni por qués. Bueno, en ese baño también fue mi
primera experiencia de sonambulismo. Me desperté. Y estaba frente al espejo,
con la luz prendida. Mirando. Mirándome.
Salí corriendo a la cama. Cuando me estaba por dormir apareció ese
dragón violeta que se presentaba sin cesar desde la ventana del cuarto de mis
padres, y me tiró fuego, amarillo. Y yo salía corriendo al cuarto de mis
padres, al medio, no me atrevo a decir hasta que edad, pero creo que la última
vez era bastante pelotuda, pero qué va a hacer, los necesitaba. El dragón con
fuego amarillo ahora es mi mejor amigo.
Siguiendo la corriente del baño venía el cuarto de mis
padres, pero antes de hablar de el me gustaría mencionar aquél lugarcito que se
prolongaba a la izquierda de nuestras vistas, aquél “rinconcito estar” donde estaba la computadora, donde
chateaba por icq con mis primeros novios a los quince años, que tenía estufa de leña, y que fue el cielo en aquél cortometraje de
la drogadicta, porque le sacabas los almohadones negros que tenía y abajo era
todo blanco, y era cielo.
Había una estufita de leña (ya vamos ¡Es una magia!), que se prendía mas o menos dos tres veces por año (como la de abajo) pero que cuando se prendía albergaba los mejores Mario Bros 1, 2 y 3
en el Nintendo y “Mira quién habla” en todas sus versiones. Y, y, y, y los reyes magos
dejaban siempre sus regalitos ahí, y el pastito y el agua no estaban. Mágico
lugar el estar de arriba.
De repente, cuando bajas la escalera. El sótano.
La
luz a veces prendía, a veces no. Había que bajar una escalera empinada que te
transportaba a un lugar horrible, pero que había que transitar. Allí estaban: El arbolito de navidad
metido año tras año en una caja llena de polvo. Cajas de cosas, cositas,
pequeñeces que no sirven para nada pero igual las guardamos. Polvo, polvo,
polvo. Ratas. Y la caldera de la calefacción que hacía pila de ruido. Me
recuerdo de niña yendo corriendo a buscar la cajita del arbolito, y marchando
corriendo por la escalera gris para arriba, donde estaba aquella estufa en ese
living frío, y ese arbolito de navidad que con sus lucecitas lo llenaba de
vida. Una por una colgaba las estrellitas, corazones, Papá Noel en trineo, estrellita,
chirimbolo, no me importaba nada. Y así, me olvidaba, y olvido de aquél sótano gris y
oscuro llenito de ratas, que había albergado sin querer y saberlo, toda esta
magia.
¡Bienvenida!
¡Gracias!
¡Te amo niña!